Como lo planteó el Papa Juan XXIII en 1963 en su encíclica Pacem in Terris,
La mujer ha adquirido una conciencia cada día más clara de su propia dignidad humana. Por ello no tolera que se la trate como una cosa inanimada o un mero instrumento; exige, por el contrario, que, tanto en el ámbito de la vida doméstica como en el de la vida pública, se le reconozcan los derechos y obligaciones propios de la persona humana.
Este es uno de los tres signos de nuestros tiempos que debemos saber leer para poder vivir conforme a nuestra doctrina católica.
Como los varones fuimos dotadas de una conciencia que nos permite ser agentes morales. La conciencia nos permite decidir en cuestiones morales, aun cuando la decisión que tomemos sea contraria a la posición de la máxima autoridad eclesial. Debemos respetar al Magisterio de la Iglesia y tener en cuenta sus enseñanzas, pero la autoridad determinante para decidir es la conciencia individual.
Para nosotras la sexualidad es una gracia que debemos vivir de manera responsable. Queremos poder ejercer nuestra sexualidad placenteramente y sin riesgos, optando por la maternidad cuando nos sintamos capaces de asumirla en responsabilidad. Es por eso que la educación sexual y el acceso a los diferentes métodos de anticoncepción que la Ley actual garantiza a todas las mujeres, en el Estado español, y en particular a las jóvenes, representan a nuestros ojos un avance histórico que no queremos perder por ningún motivo.
Dios nos confío a las mujeres la maternidad y empezando por su propia madre, la facultad de decidir libremente y en responsabilidad sobre esta. Ello forma parte de nuestra dignidad y queremos que tanto el Estado como la Iglesia reconozcan esta dignidad y nuestro derecho a decidir nosotras.
Como no hay unanimidad dentro de la Iglesia frente a la problemática sumamente compleja de la interrupción voluntaria del embarazo, la voz de nuestra conciencia cobra aun mayor importancia.
La misma Congregación para la Doctrina y la Fe declaro en 1974 que no podía saber cual era el momento en que el embrión se convertía en persona, por lo cual no quedaba definido a partir de que momento destruir la vida del nasciturus podía ser equiparado a la destrucción de la vida de una persona nacida, acto que la Iglesia considera muy grave pero justificable bajo determinadas condiciones, por ejemplo en el caso de la guerra.
Además, como lo demuestran todas las encuestas, la mayoría de la feligresía católica en el mundo entero discrepa de las posiciones rígidas de la cúpula eclesial. La encuesta que se realizó en España poco antes de la promulgación de la Ley, arroja que dos de tres católicos y católicas aprobaban la Ley cuando estaba por promulgarse. Ahora bien, para que una posición proclamada por la jerarquía pueda ser considerada “católica” tiene que ser recibida por la feligresía. ("sensus fidelium", Lumen Gentium, 12)
Por estas y muchas mas razones nos pronunciamos con toda determinación en contra de los proyectos que nuestro Ministro de Justicia ha estado anunciando. Como mujeres católicas y ciudadanas españolas reclamamos que se mantenga vigente la Ley actual y que el gobierno no busque distraer la atención publica de los graves problemas que azotan actualmente a nuestra sociedad, con debates improductivos y recortes a la dignidad y al bienestar de las mujeres.
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