Juan José Tamayo
El
Corán es el libro sagrado del islam. La Biblia es el libro revelado de los
judíos. El Evangelio es el texto fundante del cristianismo. ¿Qué pensaríamos si
los líderes musulmanes pusieran en marcha una campaña de “coranización” de la
sociedad española, en la que vincularan directamente la religión con la
política, identificaran la ley islámica con el derecho civil y fundamentaran la
ética civil en la moral islámica? ¿Qué pensaríamos si los judíos iniciaran una
campaña de difusión de la Biblia hebrea y de conversión al judaísmo en la
sociedad española? Las tendríamos por un provocación y una falta de respeto a
la libertad ideológica y religiosa de la gente. Consideraríamos ambas campañas como una operación de
proselitismo religioso tendente a la islamización y a la judaización de la
sociedad española. Y estaríamos en lo cierto. Sería un despropósito y un
anacronismo.
Pues
bien, ese despropósito y ese anacronismo, esa falta de respeto a la libertad
religiosa e ideológica es la que pretende llevar o a cabo la Conferencia
Episcopal Española (CEE) con su campaña de nueva evangelización de la sociedad.
Insatisfecha como está con el proceso de
secularización, que interpreta como una agresión a las creencia, incómoda
como se encuentra en la democracia porque ve mermada su injerencia en la vida
política, disconforme con la separación Iglesia-Estado, lo que pretende, en el
fondo, es cristianizar la sociedad española. Y como no puede hacerlo en su conjunto
volviendo al modelo de
cristiandad, lo hace por áreas y sectores.
Empieza
por la juventud, de cuyos problemas e inquietudes está totalmente alejada y a
la que quiere re-conquistar, con escaso éxito, a través de puestas en escena
espectaculares como la Jornada Mundial de la Juventud. De poco le ha servido,
porque los jóvenes se distancian cada vez más de un cristianismo cultual y
represivo como el ofrecido por el papa en dicha Jornada. Sigue con la familia, que la CEE ve
amenazada de disolución por la legalización del divorcio y el matrimonio
homosexual. y busca llevarla al redil del matrimonio indisoluble entre un
hombre y una mujer a través de las celebraciones masivas de la Sagrada Familia
en la plaza madrileña de Colón cada último domingo del año, así como de la
Jornada Mundial de la Familia de 2006 con el escandaloso desvío de sumas
importantes de dinero a la trama Gürtel.
Luego
viene la escuela, que cristianiza por medio de los “idearios” en los centros
docentes de titularidad católica, de la clase de religión católica y de la
confesionalización de la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Tras la
escuela viene la cristianización de la universidad con la creación de
universidades católicas y el mantenimiento de las capillas y de la realización
de actividades de culto. La voluntad confesional alcanza a varios medios de
comunicación, que transmiten, reproducen y legitiman las tendencias más
conservadoras, tanto políticas como religiosas, y pretenden influir en la
opinión pública a veces con mensajes desestabilizadores de la propia
democracia.
La
cristianización de la sociedad comporta, en la mentalidad episcopal, la
imposición de una moral cargada de prohibiciones en materia afectiva y sexual,
así como en las relaciones de pareja. Una moral que hace infelices a los seres
humanos y en la que el pecado se convierte en delito.
Con
esta intencionalidad cristianizadora, los obispos pretenden revertir el proceso
de secularización que reconoce la autonomía de las realidades temporales de
toda tutela religiosa. Un proceso, a mi juicio, ejemplar, que ha supuesto la
apelación a la conciencia personal y el desarrollo de una ética cívica laica, y
que se ha llevado a cabo con escrupuloso respeto hacia las creencias y las
prácticas de las personas y comunidades religiosas. Por lo que conozco, la
sociedad española es una de las más secularizadas de Europa, que, a su vez,
cuenta con la jerarquía más conservadora del viejo continente.
Hay, con todo, otra forma de entender la
evangelización como oferta de sentido humanizador y buena noticia de liberación
de las personas, los grupos humanos, pueblos y continentes enteros más
vulnerables y empobrecidos. Es la idea de evangelización que puso en marcha el
Concilio Vaticano II y que llevaron a cabo el episcopado latinoamericano en las
Conferencias de Medellín (1968), Puebla de los Ángeles (1979), Santo Domingo
(1992) y Aparecida (2007), los
teólogos y teólogas de la liberación, las comunidades de base y Cristianos por
el Socialismo, que vinculan evangelio y liberación, cristianismo y promoción humana, esperanza
cristiana y utopías históricas, opción por lo pobres y lucha contra la pobreza.
La
CEE camina en dirección contraria a la historia. Demuestra insolidaridad ante
la crisis, sobre la que guardan silencio porque a ellos no les afecta, ya que
viven instalados cómodamente en un sistema de privilegios. Quiere convertir a
la sociedad española al cristianismo pero sin predicar con el ejemplo. Ese es su
modelo de evangelización. El fracaso está asegurado. ¡Cuántas energías
desperdiciadas!
Juan José Tamayo
es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la
Universidad Carlos III de Madrid, y autor de Invitación a la utopía (Trotta, 2012).
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