miércoles, 8 de julio de 2015
Francisco en Latinoamerica - Carta de la Red CDD
Julio
de 2015
Estimado
Papa Francisco:
Como
Red Latinoamericana de Católicas por el Derecho a Decidir, le damos
la bienvenida desde esta variedad de pueblos que somos. Le
agradecemos que llegue en momentos en que continuamos celebrando la
beatificación de Monseñor Romero, cuya opción por la población
más empobrecida y agredida ha sido tan significativa en nuestro
continente. Le agradecemos también que con su visita nos recuerde a
Leónidas Proaño, obispo ecuatoriano de los indígenas y pobres; a
los movimientos mineros bolivianos, y con ellos al jesuita Luis
Espinal Camps, asesinado por la dictadura militar, y a las misiones
jesuitas paraguayas, que fungieron como refugios para los indígenas
guaraníes ante los colonizadores.
Su
presencia es muy importante para quienes consideramos que
Latinoamérica requiere de todo el apoyo y aliento posible, pues a
pesar de los esfuerzos de algunos gobiernos para crecer
económicamente, continúan expandiéndose la pobreza y aumentando
las desigualdades, por lo que la gran mayoría de nuestras
poblaciones no participan de los pocos beneficios generados en las
últimas décadas.
Lamentablemente,
la caída del precio del petróleo y de otras materias primas de las
que son exportadores nuestros países, así como una mayor
volatilidad financiera internacional,1
están aumentando los problemas socioeconómicos de nuestros pueblos.
A estas dificultades se suman problemáticas que están poniendo en
riesgo los mínimos avances democráticos de los últimos años, como
la corrupción y la impunidad generalizadas; los altos índices de
violencia, en particular de los feminicidios; la presencia creciente
del crimen organizado. También nos perjudica el progresivo daño al
ambiente, como usted lo ha señalado en su valiosa encíclica Laudato
si.
En
medio de estas complejas realidades, estamos experimentado profundos
cambios culturales que favorecen nuevos valores, como la tolerancia a
las diversidades étnica, cultural, sexual y reproductiva, así como
la primacía de la elección individual, sin que esto signifique, en
la mayoría de los casos, alejarnos de nuestros entornos familiar,
comunitario y social. Estas transformaciones han añadido riqueza y
pluralidad a nuestras desiguales sociedades.
En
este contexto, consideramos que como Iglesia ya no es posible
desdeñar la situación de injusticia e inequidad que viven millones
de mujeres latinoamericanas y sus familias en cuanto a salud, empleo,
educación, alimentación, vivienda, agua, luz, transporte,
seguridad…, ni los enormes esfuerzos y las variadas estrategias de
numerosas mujeres para sobrevivir y alcanzar mayor bienestar para
ellas y sus familias.
En
particular, y sin menospreciar de ninguna manera el valor de la vida,
es insostenible que nuestra Iglesia siga estigmatizando el aborto y
con ello a las mujeres que tienen como último recurso interrumpir un
embarazo no deseado por razones serias: fueron violadas, está en
riesgo su vida o su salud, no cuentan con recursos para sostener una
nueva vida o existencialmente no desean ser madres.
Consideramos
que como Iglesia ya no debemos seguir hablando en general de las
mujeres que abortan, porque cada mujer es distinta y sus
circunstancias y razones son diferentes. Tampoco podemos equiparar el
aborto con la compra de órganos ni inscribirlo en la lógica del
mercado y del usar y tirar,2
porque quienes interrumpen un embarazo no deseado no son un cártel
de delincuentes, ni transnacionales que se lucran explotando a las
personas o a la naturaleza, sino personas que están enfrentando
individualmente dilemas éticos muy difíciles y buscan una vida más
digna y humana para ellas y sus familias. ¿Quiénes somos nosotros
para juzgar a una mujer que aborta?
La
gran mayoría de las mujeres que abortan no lo hacen con alegría en
sus corazones, y han tomado decisiones largamente meditadas y oradas.
Asimismo, la lucha por la despenalización y legalización del aborto
no es una defensa incondicional y liviana de esta medida extrema; es
apenas la posibilidad de que ofrezcamos, como sociedad e
instituciones públicas, mejores condiciones a las mujeres que en
conciencia y por sus particulares circunstancias no desean continuar
con un embarazo no deseado.
La
maternidad no puede imponerse; no debe experimentarse a costa de la
dignidad, la salud y la vida de las mujeres y sus familias, ni contra
su voluntad más íntima, donde habita Dios: como usted mencionó,
desde los relatos bíblicos podemos considerar “al ser humano como
sujeto, que nunca puede ser reducido a la categoría de objeto”.3
Entre
los casos más trágicos y dolorosos de tal imposición están
aquellos en los cuales las autoridades civiles y religiosas han
obligado a niñas a continuar con embarazos de alto riesgo y producto
de una violación. Así sucedió recientemente con la niña paraguaya
de 10 años de edad, violada por su padrastro, y antes con Rosita, la
niña nicaragüense violada y embarazada dos veces, una por un
agricultor costarricense y otra por su padrastro, a los 9 y 12 años
de edad; con la niña brasileña que fue abusada sexualmente por su
padrastro desde que tenía 9 años de edad, y con Belén, la niña
chilena de 11 años de edad continuamente violada por su padrastro…
En
estos momentos, cuando el deterioro socioambiental está afectando
especialmente a los más débiles del planeta4
–entre quienes se cuentan las niñas expuestas al abuso sexual–,
estamos invitados e invitadas como Iglesia a tomar contacto con la
complejidad de la experiencia personal,5
antes de calificarla, y a considerar, como usted ha señalado, que:
“No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás
seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay
ternura, compasión y preocupación por los seres humanos”.6
Su
llamado a una conversión ecológica, a crear otros estilos de vida y
modelos de desarrollo más integrales, también nos invita a repensar
nuestras certezas morales, porque cuando son inflexibles e inhumanas
olvidamos la misericordia y la justicia con todos los seres. Por
ello, llamamos a nuestra Iglesia a escuchar la voz de Jesús en las
niñas y las mujeres que abortan: ciertamente necesitamos
directrices morales y principios de orientación, pero las personas
necesitamos ser comprendidas con nuestros problemas, sufrimientos,
dilemas, esperanzas y contradicciones.7
Escuchemos
el llamado
de nuestras teólogas y teólogos que nos convocan a:
- Orientarnos por un espíritu de comprensión y misericordia.8
- Considerar la posibilidad de admitir el aborto cuando se presenten circunstancias que lo justifiquen, como salvar la vida de la mujer o evitarle un enorme riesgo físico o psicológico o un daño grave que perdure.9
- Preguntarnos ¿por qué no puede ser un argumento decisivo para terminar un embarazo en las primeras semanas el que éste signifique una catástrofe para las niñas o para las mujeres?10
- Tener presente que “la legalización del aborto no significa la afirmación de ’bondad’, de ’inocencia’ ni menos de ´defensa incondicional’ y hasta liviana del aborto como hecho, sino apenas la posibilidad de humanizar y de dar condiciones de decencia a una práctica que ya está siendo llevada a cabo”.11
Le
agradecemos profundamente su presencia en nuestro continente, las
reformas que está impulsando en nuestra Iglesia, su convocatoria al
Jubileo Extraordinario de la Misericordia, su encíclica Laudato
si
y la atención que dedique a nuestras líneas, que expresan años de
acompañar y de aprender de las mujeres de nuestros pueblos.
Atentamente,
Red
Latinoamericana de Católicas por el Derecho a Decidir
1
Véase “América Latina rebaja sus perspectivas de crecimiento del
2.2 al 1% en 2015”, 8 de abril de 2015. Disponible en:
http://economia.elpais.com/economia/2015/04/08/actualidad/1428450733_105453.html
2
Véase “Carta encíclica Laudato
si del santo padre
Francisco. Sobre el cuidado de la casa común”, núm. 123, 18 de
junio de 2015. Disponible en:
w2.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
8
Véase “Casaldáliga pide ‘misericordia’ con mujeres que
abortan”. Disponible en:
www.redescristianas.net/2007/05/14/casaldaliga-pide-misericordia-con-mujeres-que-abortan/,
2007.
9
Véase Philip Kaufman, Manual
para católicos disconformes.
Buenos Aires, Marea, 2009, pp. 226 y 227.
11
Ivone Gebara, “La legalización del aborto vista desde el
caleidoscopio social”. En Guadalupe Cruz y Laura Vega,
compiladoras, Dilemas
éticos. Diálogos en la comunidad católica sobre el aborto.
México, Católicas por el Derecho a Decidir, 2003, pp. 51 y 52.
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